Si caminas el Camino de Santiago, ruta iniciática que a muchas nos ha llevado muy lejos, y por su senda te adentras en la Galicia más profunda, eligiendo una variante que entre Triacastela y Sarria pasa por San Xil, encontrarás, en una pequeña aldea llamada Montan, un lugar de obligada parada, descanso merecido y sorpresa para muchos: Terra de Luz.
Hace años que una peregrino australiano llegó hasta estas tierras y en el portón de una antigua casa gallega comenzó a ofrecer a los peregrinos fruta, zumos, galletas, infusiones… un pequeño tentempié para con el que hacer la travesía más llevadera; todo a cambio de la voluntad. Hoy es una casa convivencial en la que se entrecruzan vidas y experiencias, caminos y saberes que parten del compartir.
Miles de peregrinos han dejado desde entonces su impronta en Terra de Luz, con sus palabras o con su energía. Sabiduría y empeño que han ayudado a construir una casa abierta, en la que poder resguardarse por un tiempo del ajetreo y el estrés, del mundanal ruido. Aquí el tiempo se detiene, la prisa toma un relevo al sosiego y, por muy rápido que el peregrino quiera avanzar en su viaje, la mirada y la atención se desvían hacia la vida sencilla, hacia la tierra, hacia la piedra.
Decenas de losas de pizarras contienen decenas de frases dejadas por los peregrinos más inspirados, que desean compartir con otros sus «frases de sabiduría», ideas, enseñanzas y mensajes que salpican los muros, guardan los pasillos y puertas, incitando a tomar el tiempo para leer, para reflexionar. Parar y soltar peso. Rendirse al camino, conocer la visión del otro. Decenas de mensajes que giran en torno al mismo: el amor.
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Todo ello en un precioso enclave de la Galicia Lucense, tierras de pastos y bosques vírgenes, donde los pinos y eucaliptos no han llegado a enraizar y el carballo sigue siendo el abuelo preferido de unos suelos ricos y abundantes. Castaños centenarios y exuberantes nogales se conjugan para otorgar a quienes sepan apreciar sus frutos de una abundancia prácticamente inabarcable. Entre las nueces y castañas, manzanas y setas, el otoño aquí se convierte en una delicia.
Nos sorprende el verdor de un incipiente huerto, que tras años de trabajo ha ido tomando la energía y (literalmente) la forma del camino, pues su diseño asemeja la forma de la viera. Abundante de rúcula, cherrys, calabazas; con su maíz y sus grelos, que no pueden faltar en Galicia, se complementa con berros, lechugas y capuchina, para lanzarse a explorar permacultivos más novedosos como el chayote. Reconfortante visión en una tierra en la que solo parece trabajarse con vacas. La chayotera (Sechium edule) también conocida como patata de árbol, se puede asilvestrar en climas húmedos o en huertos con abundante riego, en los que no haya riesgo de heladas. Espero que, en este clima interior, rebrote en primavera desde su propia raíz tras el frío invernal.
También me gustó mucho encontrar varios composteros fabricados del mismo modo que expliqué en un post anterior (compostero 5×5) y las curiosas y juguetonas gallinitas que en todo momento se paseaban entre los peregrinos, en su ancestral e inocente búsqueda, hacia los acolchados de la huerta. Pequeños pasos con que acercarse a la autosuficiencia y soberanía alimentaria.
Llama también la atención la profusión que aquí se ha dado al uso de la consuelda. Recordemos que esta planta tiene innumerables virtudes de las que podemos aprovecharnos. Como planta creadora de suelo, sus profundas raíces penetran hondo, fragmentándolo, extrayendo nutrientes de capas profundas y bombeandolos al exterior a través de sus grandes hojas, que pueden se cortadas una y otra vez e incorporadas como acolchado. O hacer con ellas un purín fertilizante. Sobre su uso alimentario existe división de opiniones, no así sobre su uso medicinal, del que disfruta de legendaria virtud como antinflamatoria, para ser usada en todo tipo de golpes, esguinces, torceduras y rotura de huesos, los cuales ayudara a soldar (de ahí su nombre).
Con una sonrisa y un café adornado de capuchina será bienvenido desde el peregrino más aventurero hasta el más sibarita, y ambos proseguirán reconfortados. Pues nunca faltan en esta casa manos amigas con ganas de ayudar, de crear, de crecer. En torno a una hoguera, a una guitarra o a una caja de manzanas. Sabedoras que el compartir es la clave de la abundancia. Si lo que prefieres es un zumo, pues también lo tienes y si lo que necesitas es una relajante sesión de yoga, un poco de reiki o un solemne espacio para meditar y estar contigo mismo, todo lo encontrarás aquí.
Y más aún. Sorprendidos quedamos todos cuando descubrimos el gran laberinto de piedra que gracias a muchas manos amigas, fuertes y cuidadosas, ha sido erigido en este lugar. Símbolo iniciático de búsqueda, muy al pego a este lado del camino jacobeo, como en la casilla del juego de la oca. Mágico recorrido que nos invita a retrasarnos, a parar, a vivir una experiencia única, la de en un sendero que lleva hacia dentro, lleno de curvas desorientadoras, lento a veces, pero que no tiene pérdida. Camino al corazón que discurre aquí entre ancestrales rocas y silenciosos castaños.
La amabilidad, la acogida y el amor son las claves para que todas podamos compartir espacios de encuentro como éste. Un modelo de convivencia que no es perfecto, pero sí natural, libre y sincero. Una aventura que puede ser extrapolada a otros enclaves, circunstancias y caminos de vida. Gracias Simon y compañía, seguid iluminando con vuestra presencia los pasos de tantos.
Espero que el camino nos vuelva a encontrar.
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