Principio 11: Usar los bordes y valorar lo marginal.

Usar_y_valorar_lo_marginal (Copy)

No pienses que estas en el buen camino solo por que hay muchas pisadas”

Un borde es allá donde se unen dos espacios o superficies diferentes.

Es aquí donde todo se origina, donde los beneficios de ambos lugares se combinan para dar lo mejor de cada uno a aquello que en el borde nace y crece.

Muchos opinan que la vida en la tierra surgió junto a las chimeneas y volcanes marinos, justo en el borde entre el fuego y el agua.

Tiempo después, los seres del planeta descubrimos otro borde entre la tierra y el aire: y aquí es donde nos encontramos. Sobre él hemos levantado ciudades, construido puentes sobre los ríos que lo cruzan y sobre él cultivamos nuestros alimentos. El suelo es sin duda el primordial borde que trabajamos en permacultura, el primero que debemos valorar. Todo ser que mora en él necesita del aire para respirar y de la firme tierra para sustentarse. Toda la vida se encarga de mantener la riqueza de esta delgada línea, las plantas bombean los minerales de la tierra y los animales los transportamos por el aire.

Así se crea el humus, esa fina capa donde la vida y la muerte se unen. Debemos preservar y cuidar el humus que la naturaleza genera, es su ejemplo más visible. Ve al bosque, adéntrate en suelo virgen y coge un puñado de humus, sostenlo entre tus manos y míralo fijamente, contémplalo con parsimonia. Descubrirás un pequeño universo en la palma de tu mano.

“La naturaleza no hace nada inútil”. Aristóteles.

¿Como podremos comprender los motivos por los que vivimos y morimos si estamos destruyendo todo aquello que nos puede dar las respuestas?

Los bordes y márgenes son lugares versátiles, llenos de vida y movimiento: la playa, el margen del río, los pies de la montaña, la superficie de una charca; estos límites suelen ofrecer protección a los animales, agua y alimento. Y en ocasiones, albergan a formas de vida únicas en su especie.

La industrialización de la agricultura está, por desgracia, acabando con uno de los espacios esenciales en donde mantener la biodiversidad, el único que en nuestras tradicionales tierras de labor, es capaz de albergar aún un ápice de vida salvaje: los linderos.

Quiero aprovechar la oportunidad que me ofrece el 11º principio para romper una lanza en favor de las lindes. Para quienes no estén familiarizados con el término diré que linde (o lindero) es el borde que separa una finca de otra, del camino o de cualquier otro tipo de espacio que se encuentre a continuación. En España existen leyes que regulan los usos de algunas lindes, sobretodo a la hora de respetar distancias con los caminos y cosas así. Leyes completamente estúpidas, como que esté prohibido plantar un árbol a una distancia tal de la carretera (cuando precisamente árboles ahí plantados aprovechan todo el agua conducida por el asfalto) y no tan estúpidas como respetar la distancia que han de tener las antiguas veredas. Sin embargo nada impide que cuando un vecino le compra la tierra a otro destruya por completo la linde que dividía ambas fincas para contar con una sola tierra mucho más grande y más fácil de manejar con el tractor.

Cuando era niño los almendros, higueras y encinas dividían las tierras, cumplían una función muy importante, una función esencial: evitar los conflictos. Los viejos campesinos pasaban la vida en el campo, era importante para ellos contar aunque solo fuese con la sombra de los árboles. Ni que decir tiene que un árbol no se puede mover, no así como los hitos que marcan las tierras y que la picaresca de nuestra tierra los hizo en ocasiones levitar un poquito hacia un lado. Pero además, este almendro por ejemplo era compartido entre uno y otro vecino, cada cual cogía las almendras caídas en su lado. Tal vez no exista mejor motivo para respetar el árbol que crece en la linde, es más, creo que estableceríamos una gran tradición reuniéndonos cada poco con nuestro vecino para plantar juntos un árbol en nuestro lindero o recoger sus frutos. Convertiríamos la frontera en un lugar para el encuentro. Justo el cambio que necesita el mundo.

He hablado de frontera, no confundir con lindero, borde o margen, por favor. La frontera es la línea que el hombre traza para no querer saber que hay más allá, para sentirse seguro tras ella y que aquello que ni conoce ni quiere conocer no venga a molestarlo. Estas fuera y cuanto antes mejor.

Al final ser más o menos vecinos solo depende de lo amplia que sea tu visión.

Dios no ha creado fronteras. Mi objetivo es la amistad con el mundo entero”. Mahatma Gandhi

Los linderos y márgenes, sin embargo, son constantemente creados por las fuerzas de la naturaleza y como con tantos otros de sus bienes, si los destruimos, recibimos justo castigo por ello. Y siempre habrá algo distinto al otro lado, algo diferente a nosotros que deberemos comprender. Estamos condenados a entendernos.

Valoramos negativamente la palabra marginal cuando debería de ser al contrario, es en lo pequeño, en lo que se sale de la normalidad en donde surge lo nuevo; es al acercarnos al límite cuando encontramos la fuerza para superarlo. Día a día convivimos con personas a las que no valoramos o consideramos inservibles, cuando en realidad son ellos los únicos que conocen los límites de la raza humana, mucho pueden enseñarnos.

Cuando era joven, algunos amigos estudiaban en Madrid. Solíamos ir a pasar fines de semana, salir de fiesta beber, bailar, ligar y esas cosas. Eran muchas las noches en que, llegado el momento, este permacultor que entonces no sabía casi nada sobre nada desaparecía. Mis amigos me preguntaban «no tienes miedo de caminar solo, de perderte por Madrid» a lo que respondía «a esas horas solo caminan por la ciudad dos tipos de personas: los que tienen miedo y los que dan miedo». Caminar sin miedo me permitió acabar muchas de aquellas noches entre los márgenes de la capital. Entre vagabundos, inmigrantes, prostitutas… Me caían bien los mendigos barbudos, me recordaban a los antiguos profetas, cuando escuchabas sus historias descubrías que no diferían mucho de cualquier otra, los mismos problemas, las mismas adversidades; tan solo contextos diferentes. Algunos de ellos habían sido gente adinerada y ahora, eran mucho más felices viviendo en la calle. No todos habían perdido sus fortunas por ser malos trabajadores, poco inteligentes o por la mala suerte (que también influyen); la mayoría solo habían sido incapaces de afrontar situaciones sencillas y cotidianas que se fueron complicando día tras día: como una discusión de familia o beberse una cerveza.

Fueron las primeras personas que me enseñaron a ser fuerte, a ser humilde… a compartir. Las bellas aptitudes humanas se encuentran dentro de todos nosotros, solo debemos permitirnos que afloren. Es en los niños (y no tan niños) en donde debemos inculcar el respeto por lo diferente, lo extraño y lo lejano. Enseñarles (y enseñarnos) a valorar la mezcla, la unión entre lo heterogéneo como algo prodigioso que genera mucho más que la suma de ambos.

La próxima vez que camines por la naturaleza atraviesa el borde, acercate al rincón impenetrable, pasea por la orilla, asciende hasta la cumbre, acaricia el lindero… y  observaras como la vida te responde.

Crea un sitio web o blog en WordPress.com

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: