Nunca fui muy bueno en matemáticas. De niño, lo más interesante que descubrí acerca de las matemáticas fue su significado más místico. «Son el lenguaje del Universo», me decían. La «ley del mínimo esfuerzo» captó mi atención y decidí ponerla en práctica (y sigo haciéndolo).
Si decimos lo mismo, la forma más reducida o simplificada es la más correcta. Es por ello que siempre que sude traté de reducir toda conclusión sobre la vida que pudiese aprender a su mínima expresión. Se pueden llegar a principio muy básicos del Universo siguiendo este método, pues siempre supuse que un orden cósmico debía de tener como último principio un fácil y sencillo axioma, tan simple que resulte incluso ridículo. Y así es, pero de eso hablaremos en otra ocasión. El fin no es tan divertido como el proceso.
Y es el proceso lo que nos ocupa: ¿cómo minimizamos el gasto energético para al mismo tiempo obtener el mayor rendimiento. Lo primero es organización, a todos los niveles, comenzando por nuestra organización cognitiva. Con los conocimientos, habilidad y organización (y siempre, claro está, que obremos siguiendo los deseos de nuestro corazón) nuestros proyectos llegarán tan lejos como los queramos llevar.
La concentración también es importante. Concentrando nuestra energía incidimos más fuertemente allá donde queremos actuar. Dedicarnos a múltiples tareas nos vuelve dinámicos y se estas tareas a su vez se sirven unas a otras, seremos además más efectivos y obtendremos mayores resultados. Pero cuidado con la dispersión, si nos abrimos demasiados frentes posiblemente no podamos llegar a todo.
A nivel mental también deberemos vencer un fuerte convencionalismo si realmente queremos integrar este principio en nuestras vidas: el concepto de holgazanería. A la hora de trabajar junto con la naturaleza, si hemos sido capaces de comprender bien sus mecanismo, procesos y ritmos, el trabajo a realizar será bien poco si logramos ser lo suficientemente pacientes. No necesitamos hacer gran cantidad de compost si acolchamos y utilizamos la propia fertilidad del suelo; no necesitamos sembrar cereales y el gran gasto energético que su cultivo conlleva si variamos nuestra dieta del consumo de cereales al de frutos secos, cuyo cultivo es más eficiente; no necesitaremos calentar nuestra casa si la construimos bioclimáticamente pasiva. La tendencia, como veis, es a trabajar menos; o a trabajar más con la mente al principio para trabajar menos con el cuerpo luego. Esto es difícil pues vivimos en una sociedad en la que se nos enseña que el trabajo duro es algo bueno y digno. En nuestra sociedad más tradicional el «no-hacer» no esta muy bien visto y pronto nos considerarán unos vagos.
No caigamos en la trampa, mantengámonos firmes en nuestro sentir. Debemos perdonar a aquellos que deciden malgastar su energía, no son conscientes. A nosotros la naturaleza nos la sabrá recompensar.
La forma, como vemos, para reducir el esfuerzo y maximizar el efecto es sin duda invertir en el proceso de diseño. usando todo cuanto podamos principios como: observar e interactuar con los recursos que la naturaleza nos regala en nuestro entorno o incluir elementos de auto-regulación y retro-alimentación que vuelvan a nuestro sistema gran parte de la energía que este produce. La zonificaicón de nuestro espacio y la ubicación de los elementos en nuestro diseño será crucial para reducir el tiempo que gastemos en idas y venidas. Si los elementos se apoyan los unos a los otros, nuestro trabajo se verá reducido.
Los árboles productivos autóctonos nos darán beneficios con menor esfuerzo por nuestra parte; un invernadero, un establo y un gallinero pegados formando un solo complejo hará que el calor de cada elemento ayude a calentar a los otros dos; si preferimos consumir fruta fresca más que verduras, colocaremos los frutales de camino hacia la huerta y no más allá de esta, así estarán más accesibles. Si al comienzo elaboramos un sistema para que las aguas grises de la casa se depuren y rieguen por si mismas los árboles no tendremos que hacerlo nosotros.
Estos son solo algunos ejemplos, al final será a ti a quien corresponda responder creativamente al cambio. Cuantas mas facilidades seas capaz de imaginar más eficiente serás. Al final y como ya hemos dicho debemos tender a que la naturaleza siga su curso, ayudándola y potenciando sus procesos naturales. Dejando que sea ella la que trabaje por nosotros.
Conseguiremos así descargarnos. Quitaremos de nuestros hombros esa responsabilidad auto-impuesta que nos lleva a tener que encargarnos personalmente de todo. Dejando que la naturaleza actúe bajo una sencilla supervisión reduciremos el dolo de nuestras relaciones, que son lo que verdaderamente se merece tiempo, y de paso nuestros medioambientes florecerán con renovada energía y vigor.