No importa cual rincón de nuestra sociedad contemplemos, la tendencia humana, por milenios, ha sido la de intentar a toda costa desplazar a la naturaleza; romper su orden y equilibrio; tratar de someterla a nuestro propio interés.
Así, a donde mires, verás caminos y carreteras que siguen trayectorias políticas y económicas en lugar de los senderos naturales. Los bosques y praderas desplazados por las ciudades, polígonos industriales y campos de monocultivos. Los pocos espacios naturales que nos quedan se ven constantemente amenazados por humanas conductas antinaturales. como ese falso turismo en donde no se disfruta del paisaje, sino que se fotografía una y otra vez para poder luego decir que hemos estado. Humanos antinaturales, por dentro y por fuera.
Los animales hacen senderos, las personas caminos, Si por algún acontecimiento natural (como un desprendimiento o inundación) el sendero resulta impracticable; los animales tranquilamente comenzarán a abrir un nuevo sendero por un nueva ruta alternativa. Si un camino o cartera se destruye, lo reconstruimos. Si se destruye de nuevo, lo volvemos a reconstruir (esta vez con más cemento).
Nuestras casas frías y estériles se asemejan a la roca inerte. Metemos platas en las casas para no olvidar la naturaleza, su verde y su frescor. Si fuese al revés y metiésemos las casas dentro de las plantas tendríamos que meter piedras dentro de casa, para recordarnos a ser materialistas.
En nuestras ciudades apenas si hay árboles, los justos para mantener un mínimo equilibrio atmosférico. Incluso los parques y jardines responden a patrones arquitectónicos cuadriculados, propuestas llevadas a cabo por mentes planas, sin imaginación; ajenas a los patrones naturales. Los núcleos humanos deberían de encontrarse enclavados en los bosques, lugares frescos con abundancia de alimento, donde la leña no faltara en invierno, espacios para convivir en armonía con nuestras vecinas, en un marco de colaboración y no de competencia.
Algunas voces actuales sugieren que la humanidad futura se fusionará con las máquinas y la inteligencia artificial tendrá el mismo acceso a nuestros cerebros que nosotros a sus circuitos. Una sola entidad, virtualmente conectada entre sí, medio humana medio informática. Creo que la humanidad esta cada día más dividiéndose en dos facciones: quienes aceptan y se dirigen hacia este fin (aún sin saberlo) y nosotras.
Nosotras perseguimos fusionarnos con la naturaleza, integrarnos en sus ecosistemas, mezclar nuestros ambientes con sus colores, alimentarnos directamente del suelo que pisemos, respirar y surcar aire y mares limpios, vestirnos con sus hojas, con sus flores, con sus tallos y que sus jugosos frutos cuelguen siempre (tanto en verano como en invierno) sobre nuestras cabezas.
Este (como cualquier otro) es un futuro posible.
Para llegar a este futuro solo necesitamos hacer una cosa: dejar de luchar. Dejar de luchar constantemente contra la Madre Tierra y en lugar de ello, luchar contra los demonios que llevamos dentro y que todo el tiempo tratan de engañarnos y de burlarse de nosotras. Todas esas aptitudes egoístas que nos pierden y confunden, toda la ira y sed de venganza, la mentira y el pudor, la impotencia, el miedo.
Cada una de nosotras podemos cambiar el mundo. El mundo que nos rodea, que percibimos y sentimos; cambiándonos a nosotras mismas. Dejando a un lado todos los miedos que llevamos dentro y confiando en ella. Confiando en que su valor, su fuerza y su sabiduría nos mantengan y sostengan, nos lleven a donde debemos estar y encontrarnos con quien nos merezcamos. Pues ella es amor y solo reconociéndonos rodeadas de una amor constante y eterno podremos salvarnos.
No importa dónde, en que nivel o grado la ataquemos y destruyamos. Cada vez que agredimos a nuestra Madre, a nuestra tierra, nuestro pequeño planeta y único sustento; estamos olvidando el poder del amor, perdiendo la fe y matándonos a nosotras mismas. No importa si talamos árboles o si tomamos un antibiótico para acabar con la vida de minúsculos y efímeros microbios. En cualquier caso, estamos atacándonos a nosotras mismas.
Trabajar en favor de la naturaleza es muy fácil. Bueno… el principio es fácil, aunque tal vez llevarlo a la práctica no lo sea tanto, pues estamos muy acostumbradas a no tener esto en cuenta. Pero a decir verdad se trata de un principio tan primordial, tan básico, que no entiendo como somos capaces de pasarlo por alto con tanta facilidad. Una norma tan sencilla como pura. Un mandamiento sagrado que todas conocemos:
NO MATARÁS
Sé que muchas objetarán que se necesita matar para vivir. Que la muerte forma parte de la vida, la supervivencia, el ciclo sagrado y todo eso. Sí, sí lo sé muy bien. El problema lo encontramos cuando dejamos de matar estrictamente para sobrevivir y comenzamos a matar por placer. Y no se equivoquen amigas, muchísimas de ustedes matan cada día por placer, por egolatría, por soberbia, por gula, por venganza, por comodidad, por moda, por lujo, por desprecio o simplemente por dinero. Nuestro modo de vida mata mucho, a muchas de las especies hermanas con las que compartimos la tierra. Por el placer de tomar miel matamos abejas, por soberbia cazamos, por egolatría desplazamos a los seres que haga falta de sus ecosistemas y fuentes de recursos, por gula mueren cada día tantos animales como para teñir océanos de sangre, por comodidad talamos un árbol, por moda talamos cien, por lujo talamos cien mil, por desprecio acabamos sin pestañear con la vida de cualquier insecto, por impiedad esquilmamos los mares, por ignorancia arrasamos nuestra propia flora intestinal y por dinero… Bueno, el dinero es lo que damos a cambio de que todas estas muertes se den, sin que nosotras las presenciemos.
Respetar la vida en todas sus formas ha de ser nuestro principal ejercicio. Ser conscientes del sacrificio que los seres de nuestro planeta, nuestras hermanas nos han brindado, entregándonos sus vidas para alimentarnos, vestirnos, o calentarnos y dar las gracias, debe de comenzar a formar parte de nuestro ritual cotidiano.
La naturaleza nos cuida y protege, nos guarda y alimenta. Nos acoge y nos sana. Siempre y cuando le demostremos nuestro amor. El secreto de la salud esta en el verde de sus hojas, en el agua, en el aire, en la luz del Sol. La humanidad sanará de todas las enfermedades que la agujerean el día que sea capaz de comer lo que ella nos ofrece humildemente, en lugar de imponer aquello que el mercado o la economía quiere que produzca.
Ese día seremos una. Ese día seremos felices.