Karma es karma. Este es un dicho tradicional japonés que se emplea para aceptar con sencillez y humildad las circunstancias de la vida, tanto si estas son adversas como si son favorables. De hecho, esta sencilla sentencia nos sirve también para recordarnos que siempre podemos ver las circunstancias más allá de lo positivo o lo negativo.
De nuevo vuelvo a adentrarme en lo místico a la hora de tratar lo psicológico. Las versiones oficiales, científicas y ortodoxas poco dirán acerca de esto; tal vez tratarían de desmentir todo cuanto voy a expresar. Pero puesto que para Permacultor Celtíbero la ley del karma esta presente a cada instante de su vida, y así la reconoce, no puede dejar de compartir con ustedes algunas claves que hagan de su vida algo mucho más natural.
La vida que transcurre a nuestro alrededor es como es. El mundo gira, el Sol sale cada día y la naturaleza funciona del modo en que funciona por una razón, ¿cual razón? ¿Acaso es que importe? Cuanto más tratemos de averiguar por qué las cosas suceden como suceden mayor será el tiempo que perdamos.
Un buen amigo suele decirme que la naturaleza es una mierda, que esta mal diseñada. Que un mundo en donde los animales mueren siendo dolorosamente devorados vivos por sus depredadores no puede ser un lugar pacífico y no-violento. Una vez le replique que: un mundo en donde a los hombres nos estallase un cojón al cumplir los treinta años y a las mujeres una teta al cumplir los treinta y cuatro sería exactamente igual de pacífico o igual de violento, según quien lo mirase. Seguro habría mujeres a las que les pareciese cruel que les explotase un pecho a los treinta y cuatro y otras lo verían normal, por ser lo que siempre había ocurrido en esa naturaleza, con esa ley natural en particular.
La ley de nuestro mundo (y posiblemente la todo nuestro Universo) es la que es, la que podemos contemplar y percibir tanto dentro como fuera de nosotras desde el mismísimo día en que nacimos. No ha cambiado jamás ni cambiará y mucho mejor haríamos en tratar de comprenderla y aprender a vivir según sus principios que en juzgarla a cada instante y tener que vivir sometidos a absurdas leyes menores que nos inventamos según la época y las circunstancias; que muchas veces son totalmente antinaturales.
Lo único que nos distrae a la hora de conocer la ley es nuestra portentosa mente, capaz de juzgar, al interpretar e imaginar. El limpiar nuestra mente de estas conductas que, mal enfocadas, resultan alienantes no es una tarea fácil ni rápida, pero es posible. Una vez hallamos obtenido esta claridad a la hora de ver el mundo que nos rodea sin juicios, en toda su realidad y de manera objetiva comenzaremos a observar la casualidad por doquier, en todas sus formas, hasta un límite que jamás dejará de sorprendernos.
Tendremos entonces que luchar de nuevo, por no darle importancia a tanta serendipia y dejarla pasar como si nada, pues es lo normal.
Como otras tantas veces, te invito a hacerte conejillo de indias de tu propio experimento y tratar de alcanzar tamaña conciencia sobre la naturaleza que te rodea y de la que formas parte. A partir de ahí podrás empezar a comprender que todo lo que nos sucede y ocurre tiene una razón y no una razón tan ajena a nosotros como al principio nos pueda parecer. Todo lo que hayas hecho tiene que ver con todo lo que te ocurre. Tratar de mirar al mundo y culparlo o alabarlo por los acontecimientos que nos brinda no te dará más respuestas que si te miras a ti mismo culpándote o alabándote.
Ya cuando era niño algunos acontecimientos me hicieron presuponer que existía un orden natural en las cosas, que eso que llamamos azar en realidad no lo es tanto. Otros, en cambio siempre me han dicho que esto no son más que tonterías. No me han convencido; y ahora veo que conforme se avanza en el camino el Gran Misterio, lo único que se necesita para que este se vaya revelando paulatinamente es fe. Pues no te será revelado a no ser que tu des el primer paso. Podrás pasar toda la vida contemplando absorto el circo de sombras chinescas, imaginando lo que quieras imaginar que las produce, pero para descorrer el velo y mirar al otro lado hace falta tener valor. Habrás de lanzarte.
Para quienes lo hemos experimentado con tal convicción y tantas veces que ya no cabe la menor duda de su existencia, existen términos y palabras que adquieren un nuevo sentido.
La casualidad ya no existe, más bien hablamos de «causalidad», aunque a decir verdad difícilmente se llegan a entender las causas, ese es otro nivel. Sencillamente se puede entender que existe una fuerza que te atrae haca ciertas situaciones, sin más. En ocasiones el juego es tan mágico que, cuanto más piensas que eres dueño de tu destino y de tus actos, más descaradas se vuelven las casualidades.
Otras veces, no obstante, la vida te pone a prueba y lo hace por que lo estabas deseando; por que en tu mente anhelabas vivir esa situación; para medirte a ti mismo, tus capacidades o resolución. Cuanto más imagines, pienses y te visualices a ti mismo siendo un héroe que afronta situaciones de vida o muerte más energía estas lanzando al mundo para que estas situaciones se den, tal vez el Universo te de la oportunidad en la vida real.
Tal es el poder de la mente.
Nuestras mentes consciente, subconsciente y supraconsciente están en todo momento construyendo el Universo en el que despertaremos mañana y la nueva realidad que tendremos que afrontar. Recuerda tus sueños. Lo que el subconsciente recrea en nuestros sueños nos dice mucho acerca de lo que la mente consciente quiere… o teme. Así como de lo que el supraconsciente construye. Somos creadores de nuestra propia realidad y esta la construimos en base a las experiencias vividas. Y las experiencias vividas lo fueron en base a las decisiones tomadas. Decisiones en base a la experiencia.
Es por ello que muchas de estas decisiones nos llevan a menudo a desagradables experiencias, a situaciones dolorosas, a enfrentarnos cara a cara a nuestros miedos y a la cruda realidad. De haber justicia, tendríamos en cada momento lo que nos mereciésemos; de haber justicia tendríamos en cada momento lo que necesitásemos.
Para mi no existen diferencias entre el merecer y el necesitar. Perfectamente podríamos sumar ambos términos en uno solo (en algo como «meresitar»). Así es la naturaleza última de las vicisitudes de la vida: si las crees desfavorables, no pienses sino que son pruebas que necesitas para mejorarte a ti mismo, para crecer y evolucionar como persona; por que tal y como lo estabas haciendo hasta ahora, en tus decisiones, en tus actos, estabas desencadenando inconscientemente dolor hacia ti, hacia otros y a tu entorno. Lo merecías por tus errores y, al mismo tiempo, lo necesitabas para poder reconocerlos y reaccionar.
Del mismo modo funcionaría en las situaciones adversas como en los momentos de dicha. Todo lo maravilloso, lo bueno, lo útil y lo agradable que te mereces es la cosecha justa a la siembra de lo que necesitas; ni más ni menos. ¿Para que querrías más? Lo que necesitas de manera justa y parca, lo que la estricta, humilde y natural necesidad, como solo el Cosmos es capaz de acertar a saber; es lo que mereces. Mi consejo es que lo disfrutes y lo reconozcas de este modo, pues todo aquello que no necesites te acabará proporcionando todo aquello que no te mereces.
Olvídate del azar pues. El azar no es más que el nombre que se le da a la ley cuando no se reconoce. Observa tus circunstancias, medita profundamente acerca de tus actos y sus consecuencias. Presta atención, sal de la mente y su carrusel de pensamientos y se consciente: siente tu cuerpo y sus emociones, escucha y contempla tu entorno, recuerda y asume tu experiencia. Trata de mantenerte en equilibrio, en tu centro, en paz. Y nunca olvides que la acción más correcta nunca brota de la ira, sino del sencillo y meditado acto que brota del corazón.
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