Antes de analizar en profundidad los mecanismos que la naturaleza tiene para producir su riqueza, debemos entender el funcionamiento de aquello que le sirve de base: el suelo. El suelo es lo más importante que tenemos, pues si este nos faltase…

…nos caeríamos    ¿qué, que no?

Bien, una sonrisa sobre todas las cosas y ahora pasemos al resto.

El suelo es la capa superior de la corteza terrestre no que no esta ocupada por los océanos. Se puede definir de otras muchas formas, yo voy a describirlo así: «Un conjunto de elementos y propiedades, en donde la tierra (minerales), el agua (infiltración), el aire (porosidad) y el fuego (calor) se combinan para sostener la vida en la tierra». Me parece una válida descripción, muy alquímica.

La edafología (la ciencia del suelo) es relativamente nueva y desconocida, cada vez más son los investigadores que relacionan su riqueza con la vida que alberga frente a los científicos más tradicionales que lo valoran tan solo por su contenido en minerales o el tamaño de estos. Yo lo valoro siempre y cuando no este asfaltado.

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Todo comienza con fuego, el del interior del planeta tierra. Todo mineral surgió en su día de la erupción de un volcán o de la confluencia de placas tectónicas. Esto formó nuestras majestuosas montañas, las nodrizas de la tierra. El calor, la presión y la erosión transformaron las rocas y, durante millones de años, remodelaron la orografía del mundo entero. El agua y el viento volvieron a mamar de las montañas su leche materna, erosionándolas y arrastrando el polvo y la arena hacia las planicies. Así surgió la tierra, lista para que la vida la colonizase. Las plantas pioneras aparecen gracias a la dispersión de las semillas llevadas por el viento. Aunque lo normal hoy es que los sedimentos sean arrastrados a lugares donde ya hay una vida vegetal y animal existente (bueno, lo normal hoy en día es que los sedimentos se arrastren hasta el mar, pero de eso va todo esto). Un bonito y largo proceso al cual añadiremos una pizca de polvo cósmico (¡Unas 100 toneladas diarias!).

Los suelos fértiles y cultivables son aquellos en los que los minerales se han depositado durante eones, creando una gruesa capa entre la atmósfera y la roca madre. Este suelo puede tener solo unos pocos palmos, en las laderas de las montañas o hasta decenas de metros en cuencas y planicies. El surgimiento de la vida acelera el proceso de formación de suelo, pero aún así un solo centímetro, en condiciones naturales, tarda 500 años en formarse.

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Siempre podremos observar una particular disposición de los estratos y de la vida en el suelo, en forma de capas, que llamamos Horizontes. Estos Horizontes pueden diferir en grosor, ubicación y número dependiendo del tipo de suelo, pero en general siempre encontraremos una disposición natural de Horizontes en cada ecosistema.

He estudiado el tema pero lo aquí expuesto es sobretodo resultado de mi experiencia cavando hoyos. Todo aquel que remueva los suelos ibéricos (en general, y reconozco que no he removido suelos más allá de la península) observará una pauta que se repite siempre: un primer horizonte fértil y luego otro de tierra más clara y menos fértil.

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Analizándolo un poco por encima (por usar una expresión) lo dividiremos así:

-Horizonte O: Es el punto donde el suelo se inicia. Sobre este, encontraremos siempre una capa de hojarasca y materia orgánica sin descomponer (a veces llamado también Horizonte H). Esta es la fina capa sobre la que caminamos en el bosque, la primera que vemos al apartar las hojas. Aquí, los microorganismos y hongos transforman todo cuanto cae al suelo en humus.

-Horizonte A: Una capa más gruesa y profunda que se extiende por lo general hasta unos 30 a 60 cm. y que conforma la capa fértil, de alto contenido en humus. Este es el horizonte donde crecen la mayoría de hierbas salvajes y plantas cultivadas. Poroso, granulado y de color oscuro, es por aquí por donde deambulan las lombrices de tierra y otros animales que distribuyen la materia orgánica del suelo. Se le conoce como Horizonte de lavado por que el agua arrastra constantemente los compuestos solubles hacia los Horizontes inferiores.

-Horizonte B: Este forma una capa mucho más profunda (hasta 2 o 3 m.) que suele ser rica en arcillas, carbonatos o sílicies dependiendo del suelo. Apenas si contiene humus y solo las raíces de árboles y arbustos llegan hasta él. Este es el punto fácilmente observable a la hora de cavar un agujero. En permacultura utilizaremos las tierras de esta capa en bioconstrucción (en terrenos arcillosos) mediante adobe o COB. Dependiendo de la profundidad de esta capa puede estar atravesado por otros tipos de capas y subcapas entre las que cabe destacar los Horizontes E (transición entre A y B) y C (roca fragmentada entre B y D).

-Horizonte D: La roca madre. La capa de roca dura sobre la que se han ido depositando el resto de horizontes a lo largo de millones de años. Aparece a partir de los 2 – 30 m. A partir de aquí hablaríamos de geología y no de edafología.

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Aparte de por sus estratos, los suelos también se dividen según la naturaleza de su tierra, de los minerales que la conforman y del tamaño del grano de dichos minerales. Así podremos encontrar tierras arenosas (de grano grueso, porosas y permeables), tierras limosas (de grano fino, algo menos porosas y poco permeables) y arcillosas (de grano fino, poco porosas e impermeables). De modo que si cae una tromba de agua esto es lo que ocurre: la arena la absorberá rápidamente (estos suelos se secan con mucha facilidad y son comunes en lugares del norte Ibérico como Galicia), el limo formará grandes charcos que serán absorbidos paulatinamente en los sucesivos días (aguantan un poco más la humedad, pero no demasiado y se erosionan fácilmente, este tipo de suelo abunda en el sureste Iberico) y la arcilla apenas si absorbe el agua así que formará charcos duraderos (son los suelos que mejor aguantan la humedad, pero al secarse la tierra se vuelve dura como la roca; la arcilla abunda en el interior y el sur de la península). La perfecta mezcla de estos tres tipos no daría la tierra franca, ya sabéis, esa tierra que dan ganas de comer.

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Si algo hemos aprendido de la experiencia de décadas de agricultura ecología  y permacultura es que cualquier suelo, trabajado mediante técnicas regenerativas y ecológicas gana fertilidad con cada nueva estación. Esto es debido a que la ecología natural de una zona favorece el intercambio energético entre las especies nativas de ella, animales aclimatados a las condiciones del lugar; y plantas evolucionadas según la estructura y tipo de suelo.

Cada especie de planta posee una raíz particular. Cada una de ellas ha evolucionado para extraer agua y minerales de un modo exclusivo, cubriendo cada especie un horizonte diferente del suelo. Así, plantas más tenaces y resistentes lanzan sus raíces más profundamente (como la acedera o la malva), otras extienden multitud de raíces en una zona más superficial (como las gramíneas), las crucíferas lanzan una potente y gruesa raíz que rotura el suelo (como el rábano y la mostaza), así como los bulbos y umbelíferas. Como es arriba es abajo, reza la ley y bien es cierto que existe una relación directa entre como crece la parte aérea de una planta y el modo en que lo hacen sus raíces; así, por ejemplo, observaremos que plantas rastreras o rizomatosas extienden sus raíces cubriendo el suelo mediante rizomas y acodos, o plantas enredaderas poseen largas e irregulares raíces.

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Todas estas hierbas habitan por norma general el Horizonte A y solo los árboles y arbustos perennes pueden extenderse y nutrirse en horizontes más profundos. Esta es probablemente la mayor ventaja de incluir árboles y arbustos en nuestros diseños, pues estos «bombean» nutrientes de capas profundas hacia la superficie, aportando su continuo goteo de hojarasca al Horizonte O. Este es el lugar más maravilloso del universo, un microcosmos que contemplar como si fuésemos dioses.

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También es en este horizonte por donde se mueve nuestro arado natural: la lombriz de tierra. Existen diferentes típos de estos anélidos, desde algunas gruesas como nuestro dedo meñique hasta los microscópicos nematodos. También ellas poseen sus propios horizontes. Algunas solo viven justo en la superficie, otras se alimentan de los desechos de estas y bajan y suben por todo el horizonte, un tercer tipo se queda en la parte baja, alimentándose de los desechos de estas últimas. Hormigueros, túneles, nidos y pequeñas guaridas distribuyen vida por esta capa del suelo. Solo las madrigueras de mamíferos mayores como tejones o conejos son capaces de roturar el suelo del horizonte B, creando pequeños oasis biológicos en la oscuridad. Aunque la vida desciende drásticamente en niveles inferiores (sin contar las raíces de los árboles) existen algunos tipos de bacterias extemófilas que sobreviven hasta a 30 metros de profundidad.

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Por todo lo expuesto podemos concluir que: un modo natural de trabajar el suelo ha de procurar en no desestruccturarlo (ver Técnicas de No-laboreo) y potenciar los procesos vitales que se produzcan en el Horizonte O (ver Microorganismos y Simbiosis y Técnicas de policultivos).

Existe una intención en el suelo que pisamos que, como todo, no es sino el resultado de un gran número de pequeñas interacciones entre las cuales nosotros solo somos una más. Utilizando nuestras grandes habilidades e inteligencia sabremos guiar muchas de estas interacciones de modo que nos sean provechosas sin necesidad de destruirlas. Con la llegada de cada primavera, ese suelo que evita que nos caigamos, tiene en mente un plan A, un plan B, un plan C… y todos ellos podrán ser un gran plan si nuestra mente los acepta. Y todos podrían llegar a ser planes maestros si en lugar de tratar de desbaratarlos, colaboramos con ellos.

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