Nuestros cuerpos, nuestras manos, nuestras aptitudes. Somos animales, primates, el último eslabón de una cadena evolutiva con origen incierto y destino poco claro, que forma parte de nuestra preciosa red natural y de la gran obra cósmica. Formados por naturaleza, en nuestras células, en el aire que entra en nuestros pulmones; somos el agua que bebemos, somos el mismo polvo estelar del que surgió nuestro sistema solar, la reorganización actual del mismo carbono que siempre ha existido sobre la tierra, el fuego que hace latir nuestro corazón, la voluntad de vivir.
Somos luz, pero también arrojamos sombra. Tenemos en nuestro interior los miedos ocultos que, desde que la humanidad decidió abandonar el paraíso (del que nadie nos expulsó) arrastramos con nosotras, nos transmitimos unas a otras y nos impiden vivir en armonía con la naturaleza. El rencor hacia el paraíso parece más bien el rencor hacia nosotras mismas y nuestra incapacidad. No pasa nada. Ha sido un proceso necesario para nuestro crecimiento natural, para expresarnos como especie. Ahora, podremos perdonarnos y perdonar; y continuar con nuestro crecimiento natural como conciencia.
Pero para que las personas podamos ver el justo camino hacia la paz (por dentro y por fuera) debemos de caminar el sendero que la naturaleza abre ante nosotras, cada instante. Un sendero bien marcado que no todas vemos con claridad, pero en el que la luz de algunas pueden iluminar las sombras de las demás, para que estas puedan luego iluminar de nuevo.
Para ello es muy interesante que, para que la humanidad se comprenda a si misma como naturaleza, comprendamos antes un poco sobre la naturaleza de la humanidad y la naturaleza de sus cuerpos.
En principio hablaré sobre nuestros tres primeros cuerpos, sobre los demás prefiero no hablar mucho. Todos estos cuerpos podemos así mismo reconocerlos (en distintos grados) en la naturaleza, en cada una de las formas que la componen, en cada animal, planta, hongo y ser que sobre ella habitan. Es tan solo que debemos de sentir al ser y al humano de igual a igual, para percibirlos.
Nuestro cuerpo físico es igual a todos los seres vivos (y no vivos) de nuestro mundo (y de otros mundos). Pero yendo a lo simple, cada animal o planta tienen un cuerpo. Cada persona tiene a su vez un cuerpo físico. Una piel, unos huesos unos músculos, órganos, etc. Por supuesto que los animales varían de los humanos, mucho más aún plantas y otros seres vivos, pero siempre existe un contenedor físico que sirve como receptáculo a los demás cuerpos. Nuestro cuerpo humano, su naturaleza, su salud e integridad es lo primero que debemos cuidar; primeramente desde el alimento que comemos para mantenerlo, luego desde sus procesos naturales internos como la digestión o el descanso y, finalmente, siendo conscientes del uso que le damos. No maltratemos constantemente el cuerpo con vicios innecesarios. Respetemos el cuerpo humano pues es algo sagrado, un don precioso que se nos ha concedido que debemos respetar, honrar y celebrar.
Honra, respeta y celebra tu cuerpo. Y el de las demás. Y cuídate tu primero, para poder cuidar luego.
Existe algo curioso que une a todos los cuerpos, humanos y no humanos; planteamiento al que podemos remitirnos para no dudar jamás de que las leyes de la naturaleza nos gobiernan a personas, animales, etc. por igual: la proporción. La divina escala de formas se extiende por nuestro mundo y la vida que lo compone, de igual forma que por sistemas estelares y galaxias. Mírate en el espejo y comprobarás que eres simétrica, como cualquier otro animal. Todos los animales del planeta tierra tienen un eje de simetría vertical en su cuerpo físico. Luego primero eres un animal, no lo olvides.
Un animal que forma parte de un ecosistema frágil, nuestro único hogar, el cual debemos cuidar pues si se pierde nos perderemos con él. Los patrones naturales se repiten a lo largo del espacio multidimensional, perceptibles solo para quienes toman conciencia de ello. Dentro de ti mismo existe un ecosistema, una dimensión especial única para tu cuerpo formado por la vida de millones de microorganismos que viven gracias a ti, microorganismos que en todo momento buscan el equilibrio de este ecosistema pues si se perdiese, también todas sus vidas se perderían. Este Universo microscópico no solo nos afecta físicamente, sino que, como toda la vida, también emana su propia energía que influye con su ecosistema; en este caso con nuestros propios cuerpos.
Nuestro cuerpo emocional va mucho mas allá de las físicas leyes que la ciencia tradicional es capaz de comprender. Dentro de nosotras se dan, de algún modo, movimientos energéticos sutiles pero trascendentes para la vida de los cuerpos que los albergan. Alegrías, tristezas, placeres, rencores, vergüenzas, frustraciones, amores, desamores… Agradables unas veces y desagradables otras, todas las emociones tienen también lugar dentro de ti; forman tu cuerpo emocional, tu aura, pues estas integrada a esta energía, que te transforma si no la sabes gestionar y que además expides más allá de tu cuerpo.
Y todo cuerpo emocional tiene la capacidad de percibir las emociones de los demás cuerpos. Aún en silencio. Aún a distancia.
Este cuerpo, no obstante es mucho más ligero y difícil de reconocer que el físico. La mayoría ni lo valoran, pero constituye la base energética sobre la que actúan nuestros órganos internos. Nuestro sistema endocrino tiene esa capacidad de interactuación. Podemos controlar nuestras emociones y construir en base a ellas nuestro cuerpo o dejar que las emociones nos dominen, y dejar que la salud se nos vaya escapando poco a poco como resultado de acciones insensatas.
Para poder controlar nuestro cuerpo emocional y conseguir así ser nosotras y no nuestras emociones las dueñas de nuestros actos; debemos aprender a controlar nuestro tercer cuerpo, más poderoso aún y, por supuesto, más difícil de controlar.
Muchas son las que creen que nuestra mente no es más que el trabajo de nuestro cerebro. Que todo es un juego químico de posibilidades y refuerzos sinápticos. Podría ser tan solo así, pero lo que no debería de negar cualquier persona es que existe un tercer cuerpo, el cuerpo mental, que efectivamente esta en una posición mucho más alta (podríamos llamarla cabeza, sí) que el resto de nuestro cuerpo.
Este cuerpo mental es el más poderoso, pues finalmente es la mente la que controla al cuerpo físico en sus actos (voluntarios o involuntarios) y en sus emociones. El conocimiento de la mente, sus funciones, arquitectura y habitantes es un saber complicado, pero al que todas tenemos obligación de aspirar, por nuestro propio bien. La concentración, la meditación, la contemplación sencilla de la naturaleza y el trabajo intenso sobre el cuerpo (como en el yoga) y sobre las emociones (como en Comunicación No-Violenta) nos otorgan buenas bases para comenzar a comprender la naturaleza de esta energía.
Quien sea capaz de controlar su propia mente será también capaz de percibirse a sí misma parte de una mente mucho mayor. Observarás más claramente el lugar de donde nacen el instinto, la intuición y la inspiración. Y comenzarás a comprobar que tú y tu mente sois las creadoras de vuestra realidad. A partir de aquí tu conciencia se expande.
Más allá de estos tres cuerpos se extiende la bruma. Existen asimismo quienes afirman haber podido mirar más allá de ella, pues este sería un privilegio para quienes dominan hasta tal punto sus tres primeros cuerpos. Las palabras ante estas dimensiones resultan en si mismas poco correctas y limitantes. Diré que más allá de nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestra mente existiría algo más, algo muy dentro y profundo que todas llevamos, más grande que el individuo y que sobrevivirá a nuestra muerte.
Este cuerpo imperecedero se alimenta a base de pureza en la acción, veracidad en la palabra, entrega y amor. Amor por nuestras hermanas y por nuestros hermanos, sea cual sea su origen, sean cuales sean sus ideales, su riqueza o apariencia.
Todas tenemos emociones semejantes, todas tenemos una mente que trata todo el tiempo de confundirnos y hacerse con el control de nuestros otros cuerpos. Pero todas tenemos un alma que conoce la verdad en todo momento y el camino a seguir para llegar a nuestro final destino.
Este último cuerpo es la unión, la conexión de todo ese ser y conciencia individuales que crees ser, con el Universo. Un mismo cuerpo compartido, formado por todas las personas, por la naturaleza de cada una de ellas, por toda la naturaleza de nuestro mundo, de todos los mundos, de todo cuanto existe.
Reconocete dentro de este inconmesurable sistema natural y estarás dando los primeros pasos que te llevarán a la felicidad, en tí y a tu alrededor.