Los 8 tipos de capital (Seguimos en marcha)

Había amenazado con despedirme de la permacultura vía internet. Pero los acontecimientos me han sido favorables y de momento, seguiré en marcha, compartiendo experiencias y «conociciertos» como el de los 8 tipos de capital.

Me gustaría abordar este aspecto de la permacultura, del cual llevaba tiempo queriendo hablar, ese pétalo algo marchito de nuestra flor: Ecoeconomía, Economía Sostenible o «EcoSíNuestra», un tema muy vigente en nuestros días y al que merece la pena echar una ojeada; concretamente a la teoría de los Tipos de Capital, que me pareció reveladora desde la primera vez que la escuche. Es tema muy apropiado, presto a ser comprendido en profundidad por nuestra estructurada mente, espero que os guste.

Del mismo modo que no es oro todo lo que reluce, no toda la riqueza se mide igual. Euros, dólares, dinares o bitcoins son solo formas de un tipo de capital muy básico y fragil, que no representa ni una pequeña parte de toda la abundancia que nos rodea y que, en sus múltiples formas, podemos aprovechar, conservar, intercambiar y aprender a valorar. Esta riqueza podemos dividirla en estos 8 Tipos de Capital:

  1. Capital Financiero

Esto es lo que todos entendemos como DINERO. Y ojo que hoy en día no se entiende por dinero tan solo las monedas de oro, sextercios o maraveríes. Hoy en día el capital financiero lo forma tanto el cash como el capital virtual. Yo lo llamo virtual, por que no es tangible, pero aún así podríamos aún dividirlo en capital bancario: fondos de ahorros, prestamos, valores en bolsa de acciones y bonos… y lo que a mi parecer es más virtual de todo: las criptomonedas.

Todo este capital hoy en día se basa en su totalidad en los servicios que la tecnología nos brinda. Sin una red de información global, bien sostenida, cifrada y protegida frente a ciberataques, todo el capital financiero se quedaría en las pocas monedas y billetes que guardamos.

El resto de capitales tomarían entonces su verdadero valor. Os invito a valorarlos desde hoy mismo.

2 – Capital Natural (o Capital Vivo)

Toda la vida de la que la naturaleza nos provee tiene un valor que deberíamos recordar más a menudo. Cada vez que llevamos un bocado de comida entre los dientes deberíamos agradecer a nuestra Madre Tierra por esta fuente inagotable de recursos.

Plantas y animales, la fertilidad del suelo que los alberga, todo ello conforman el capital más extenso de nuestro planeta, mantenido y renovado a diario por las fuerzas de la vida. Toda forma de vida es autopoietica, guarda en su interior la capacidad para autosostenerse y engendrar una nueva vida.

Cada vida además, es única. La variedad genética de nuestro mundo es infinitesimal. Desde este punto de vista, cada ser, cada especie, tienen un valor inconmensurable. Un SCOBY de kombucha, la masa madre del pan que una panadería reproduce día tras día desde hace décadas o una variedad de semilla local, conservada por los hortelanos de la zona, son capitales de alto valor.

Todos perdimos una riqueza, mucho más grande, mucho más preciosa y desde luego, imposible de reemplazar; cuando en el pasado una especie se extinguió por nuestro egoísmo. Las riquezas materiales que ansiamos no tienen valor frente las maravillas de la vida natural.

3 – Capital Social

Nuestra agenda de contactos sería el mejor ejemplo de capital social. Aquí entrarían nuestras relaciones con los demás -y la calidad de estas relaciones-. Tener el favor de alguien, o una deuda pendiente, muchos amigos, o una ex-pareja resentida; son formas de riqueza, o pobreza, muy especial y profunda, que requiere ser tenida muy en cuenta.

Cualquier persona, familia, entidad ya sea empresarial o pública, medios de comunicación o países; todos tenemos una larga lista de relaciones más o menos cordiales. Nuestro egoísmo es el mayor obstáculo a la hora de conservar esta valiosa riqueza; que será también más real y visible, haciendo una visita a los amigos o dando los «buenos días», que visitando un perfil en las redes sociales y dando un «like».

4 – Capital Material

Nuestro capital material son aquellos objetos o riquezas inertes que nos rodean. Minerales, metales, madera, piedra, bienes muebles e inmuebles, utensilios de cocina y herramientas, ropas y joyas, electrodomésticos, automóviles, barcos, trenes, puentes, carreteras, presas, el acelerador de partículas o los miles de satélites que nos señalan desde la estratosfera y nos envían sus ondas. Todo el mundo artificial que nuestra civilización ha construido y que, lamentablemente, apenas ha dejado espacio al capital natural es capital material.

No vivimos en un mundo exento de «cosas». Tenemos de todo y, lo que es peor, parecemos querer seguir acumulando. Mucho peor aún, nuestro sistema económico ha basado el valor del capital financiero en el consumo, con lo que generamos inmensas cantidades de capital material frente a todos los demás. Esto llega a su absurdo con la llamada «obsolescencia programada», que limita nuestra capacidad de trabajar a conciencia (capital humano) y genera un mundo de basuras.

Debemos de valorar y agradecer los bienes materiales que ya poseemos. Vivimos en mitad de una gran abundancia que, si gestionamos bien, nos dará para mucho tiempo. Paralelamente debemos utilizar estos capitales Intelectual y Humano -que comentaré ahora- con el fin de construir elementos, estructuras y utensilios eficientes, resistentes, a fin de que presten su mejor servicio durante muchísimo tiempo.

Y reciclarlo todo cuando llegue su momento. 

5 – Capital Intelectual (o Capital Experiencial)

No solo lo que sabemos o lo que sabemos hacer, sino toda esa inteligencia que hemos compartido ya con otras, que hemos escrito, que hemos experimentado.

Diferenciamos aquí el capital Intelectual del capital Humano pues el intelecto es transmisible, perdura como un capital común. Un libro es capital material, pero las palabras que contiene son capital intelectual. Una película documental, un recital de poesía, una canción a través de la radio. Todo aquello que nos llega y nos enseña, o nos conmueve es un bien precioso que alimenta nuestro desarrollo, que nos hace versátiles, dinámicos.

El conocimiento más la experiencia nos otorgan sabiduría, uno de los dones más valiosos que debemos atesorar.

  • Tratado de Agricltura Natural

6 – Capital Humano (o Capital Temporal)

La vida va pasando y en nuestra vida elegimos hacer unas cosas, estar con unas personas, ir a unos lugares. Desde la cuna a la tumba contamos con un cuerpo que nos acompaña y que, conforme se aleja de la cuna, envejece. Desde la cuna a la tumba contamos con un tiempo, un cierto número de latidos; lo que hacemos con ese tiempo es nuestro capital temporal.

En el mundo laboral se conoce como recursos humanos al tiempo de vida de aquellos trabajadores que prestan su servicio en determinado trabajo.

Éstos son unos bienes muy preciosos, posiblemente los mayores bienes que tienes: tu cuerpo y tu tiempo.

Valora muy bien en qué empleas tu cuerpo y a quien entregas tu tiempo. Pues bien dispuestos, junto con tu capital intelectual, generan gran riqueza.

7 – Capital Cultural

Esta forma de capital no pertenece a nadie en particular. Son los bienes de un pueblo, de una región o nación. Las gentes del mundo otorgamos un valor especial a nuestras tradiciones, a nuestra historia y cultura.

Otras formas de capital como el material, el natural, o el intelectual pueden considerarse como capital cultural pasado el tiempo. Una catedral es un bien material que se convierte en capital cultural, al mismo tiempo sería un tipo de capital espiritual. Una canción puede olvidarse al final del verano o pasar a formar parte indispensable en el repertorio del karaoke. Lo mismo ocurre con un capital intelectual literario como «El Quijote». Una receta de cocina como el gazpacho andaluz, o el secreto familiar de una bodega vinícola, o la técnica tradicional para fabricar «madreñas» que pasa de padre a hijo, son más ejemplos.

Los bienes naturales están tan arraigados en toda cultura que inevitablemente también el capital natural se comporta o se transforma a menudo en capital cultural. Un árbol centenario es un bien especial para todo un pueblo, que lo respeta y valora más allá de su madera o sus frutos, como un ser con alma propia. Las montañas o los ríos, conforman bienes sagrados para muchos pueblos y culturas, aquí el capital cultural se vuelve aún más sublime, enlazándose al capital espiritual.

8 – Capital Espiritual

Cuando una persona practica su religión, su fe o su creencia, podría decirse que ganaría capital espiritual. Solo que no sería correcto mencionarlo como capital, ni decir que se gana o se pierde, puesto que no es algo que se acumule o se mida. Sería traer al terreno mundano algo que es trascendental. Al ir más allá de todo concepto egoísta, el capital espiritual no sería algo que se consigue, ni tan siquiera algo a lo que se aspira; en verdad sería todo lo contrario. Algo que se siente, y que tiene más relación con perder que con ganar.

Debemos tener cuidado con el concepto de «karma», que se menciona al hablar de capital espiritual. La mente occidental pudiera verlo como una forma de capital que perdura más allá de la muerte. Creer que las buenas acciones nos reportarán buen karma en vidas futuras y las malas acciones nos reportarán mal karma no es la forma correcta de concebir la idea de karma. Mientras perdure la idea de «bueno y malo» perdura el karma, pues existe aún el juicio, la idea de que somos autores de nuestros actos. Solo cuando se actúa con total desapego por el resultado -¡total!- se escapa al karma.unauna

En verdad que habría que conocer y comprender ciertos conceptos de índole espiritual para tratar este tema. Conceptos muy complejos de explicar. Aún así, desde la visión del que escribe, la forma más acertada de concebir el capital espiritual sería pensar en aquello que nos queda cuando se ha renunciado a todos los demás capitales. El dinero, como materia o como concepto dejan de tener valor, así como cualquier otro bien material. Ni la naturaleza, ni las personas, ni las relaciones con éstas son percibidas como un bien, sino como formas de La Deidad, que no difieren de nuestra propia esencia.

Dejamos ir incluso nuestro capital intelectual, humano y cultural. Nada de lo que hayamos hecho o pensado tiene ya valor. Nuestras ideas y creencias no son mejores ni peores, solo juegos de la mente que, por supuesto, no nos pertenecen. Nada de lo que hicimos importa ya. No somos la familia, no somos la tradición, no pertenecemos a ninguna cultura, ni religión. Todo cuanto fue en el mundo y el mundo mismo, son efímeros.

Tras abandonarlo todo solo quedan paz y dicha absolutas.

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