Siempre se nos ha presentado la historia como una línea unidireccional, como un rosario abierto salpicado de acontecimientos importantes. Descubrimientos, invenciones, teorías, filosofías… Algunas fueron escritas, traducidas, difundidas… otras no.
Pero al historia, el tiempo y la vida son mucho más que una línea. Una estructura arbórea, una onda, una estructura fractal, un caos ordenado serían formas más justas con que asemejarlas. Y cada una debería buscar dentro de éste árbol de la ciencia, los saberes en base a sus experiencias y deseos por aprender, lejos de los influyentes poderes sociales y la doctrina académica establecida. Dejando solo que una meditación consciente dé importancia a las informaciones que halan nuestras vidas. Sin dar nada por sentado, ni nuestra cultura, ideas o creencias.
La verdad sobre nuestra historia y cultura depende de la cantidad de verdades que seamos capaces de desempolvar y refutar; de sacar de la caja fuerte y publicar, pese a quien pese.
Éste es el trabajo que Artur Sala comenzó haciendo en su blog «La ciencia Perdida» hace ya años y que ahora deriva en la obra Magna Ciencia. Artur abre en este libro la caja de Pandora y rompe una lanza a favor de los olvidados, dando luz a las ideas que fueron apagadas por la historia de la ciencia moderna, para hacerlas brillar de nuevo y darles crédito. Impulsando así una nueva era de investigación científica. Una era de sorpresas fascinantes y maravillas que aún están por ver, en un momento en que todo en la ciencia parece haberse estancado, siendo hoy en día el paradigma científico más parecido a un reality show que a algo serio. Una esperanzadora nueva ciencia, libre de egos, al servicio del bien común.
Todas las tradiciones primordiales concuerdan en que la naturaleza, ya bien sea aquella material que percibimos o aquella inmaterial en la que creemos, deriva de una energía común a todas las cosas. Brujas y místicos, alquimistas y filósofos se arriesgaron a dividir en cuatro los estados materiales visibles a simple vista: agua, aire, fuego y tierra. Pero a estos cuatro elementos que componen la naturaleza había que añadir un quinto. El no visible. Pasta amalgamante entre todos ellos, fuerza oculta aportando consciencia y concierto, impregnando todo lo que podemos ver e intuir: el éter.
Magna Ciencia nos desvela desde las bases de la consciencia colectiva la ciencia del éter. Un elemento para nada nuevo, un concepto que fue siempre común en los paradigmas científicos tradicionales y que fue cercenado a comienzos del siglo XX por el interés de los empíricos. Nos habla del campo universal, de la energía que todo lo impregna y que sí, podemos aprovechar; de lo que fue un sueño para las consumidoras y una pesadilla para las corporaciones: energía libre.
Un sorprendente recorrido a través de ese conocimiento proscrito, todas esas historias apasionantes y vidas de película que nos son totalmente desconocidas. Honra el recuerdo de aquellos que cayeron frente a la ciencia de los poderosos, poniendo a pioneros como Vaquelin a la altura de Mendel, inventores como Paul Pantone al nivel de James Watt o dando a investigadores como Corentin Louis Kervran y Dayton Miller la importancia que se dió a Mendeleiev y Einstein. Una historia apasionante, de la lucha por desvelar la verdad o por los intereses económicos. Locas vidas de cientos de chiflados, ingenieros de garaje, que hacían explotar las cocinas de sus madres. Muchos de ellos militares, oficiales de renombre pasándose el testigo de la carrera espacial o armamentística. Espías revelando (o guardando) información sobre la tecnología del hidrógeno, sobre sus desafiantes propiedades para captar esa corriente etérea y transformarla en calor. Inventos geniales de genios poco matemáticos, de prueba y error, que preferían la sustancialidad de la experimentación práctica que las rebuscadas ecuaciones de la física teórica, tantas veces corregida y afinada para que sus cuentas cuadren. Alquimistas de retorta y atanor, esotéricos e iluminados, masones y parias. Algunos más charlatanes que otros. Empresarios con visión y espíritu crítico, que bien perseguían el éxito, bien no podían obviar los resultados de su experimentación. Decenas de ellos con sistemas probados y patentados, que ya hoy son de dominio público y están siendo investigados, replicados, mejorados y utilizados con éxito.
Sistemas de energía llamada libre, sobreunitaria o de punto cero que fueron concebidos, descritos, inventados, expuestos y, lamentablemente, perseguidos. Sistemas capaces de otorgar a las gentes una independencia energética real. No toda la energía que queramos y más, sino la suficiente. Una energía con que cubrir las necesidades de todas y no los egoísmos de unas pocas. Energía producida con conciencia, encaminada a proveer a las personas de salud, más que de bienes materiales o económicos. Sí, energía libre. Fluyendo a tu alrededor y susceptible de ser captada y usada. Energía que parte de un conocimiento libre, de un espíritu aventurero, un proceso de autoindagación, de empoderamiento personal y colectivo que rehuya lo cómodo y fácil en pos de lo correcto y responsable. Pues a la vista están los hechos, las patentes, los inventos. Energía libre en la que hay que creer, pues es nuestro derecho usala como seres del cosmos y experimentarla, aunque aún nos queden años para poder aprovecharla en su total plenitud. Podremos entonces disfrutar conscientemente de la abundancia del Universo, compartiendo un conocimiento y energía que ayudarán a los pueblos a escapar de la presión globalista, hacia la autosuficiencia y la libertad.
Autosuficiencia. Esta palabra se presta idónea a la hora de comparar la ciencia moderna, que tanta crítica recibe en este libro, con la Magna Ciencia que el autor defiende. Autosuficiencia como respuesta a la universal, razonable y comprensible duda de: ¿Cuanto es lo suficiente? En la búsqueda de respuesta a una pregunta tan personal y al mismo tiempo tan espiritual, se nos abre aquí una puerta equilibrada, pues en una ciencia que tiende puentes hacia las doctrinas sincréticas que fueron ocultadas o hacia los principios religiosos que fueron dilapidados, tienen cabida las teorías sencillas. Respuesta a los requerimientos personales de cada cual, desde una ciencia espiritual, que humildemente se reconozca bajo un conocimiento inalcanzable y acepte las limitaciones del mundo, del tiempo y del espacio. Una de las ideas más bellas que pueden extraerse de la lectura de Magna Ciencia, es que ésta energía etérica responde a una conciencia organizada, una tendencia al orden, a generar sistemas neguentrópicos (no entrópicos); como en el caótico Universo tienden al armónico movimiento sus sistemas planetarios, como al planeta Tierra le es la exuberancia de la vida o como a la vida le es la juventud.
Y es que sin darnos cuenta hemos aceptado las teorías de la ciencia como dogmas. A modo personal, como si lo que supiésemos (o creyéramos saber) nos representase por encima de la verdad. Algunas se ofendieron. Otras se vendieron. Otras callaron.
Algunas dieron su vida por aquello en lo que creían.
Por suerte la ciencia guarda en su método la capacidad para renovarse y corregir. Y los errores siempre salen a la luz, pues como la Tierra no puede ocultar su redondez, todo el dinero del mundo no podrá ocultar por mucho tiempo, el infinito mar de energía de que estamos rodeados. Esta es la Magna Ciencia que ya se realiza hoy, al tiempo que la humanidad se abre a una nueva percepción del universo, un universo rebosante de energía infinita, rebosante de amor, que lo llena todo y que todo lo consigue.
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