Recientemente he viajado por Alicante, visitando un proyecto amigo en Elche. Aquí, la cercanía con el Mediterráneo, el Sol y un intrincado sistema de riego, favorecen la agricultura intensiva de frutales como los limones, naranjos o granados; las alcachofas y, por supuesto las palmeras, icono del pueblo. También abundan los viveros. En una concentración que yo no he visto en ningún otro lugar. Hectáreas de viveros en donde sobre tierra seca se suceden kilométricas filas de macetas plásticas. Cada una de ellas regada con su gotita bien fertilizada de un agua que es canalizada hasta aquí desde otra cuenca hidrográfica, más allá de las montañas. Algunos días el olor en el ambiente hiede a pesticida, olor químico, ácido, tóxico. Y para colmo del egoísmo humano, una legión de trabajadores extranjeros, en este caso africanos sobretodo, dispuestos a realizar estos trabajos a cambio de un mezquino sueldo, sin contratos, sin cobertura social, sin un mínimo de seguridad.
Esta es la realidad de estos inmensos viveros, su día a día. Y entre toda esta producción inconsciente, llama la atención un árbol más que ningún otro: el olivo.
Concretamente los llamados olivos centenarios.
Aquí están reunidos, no se sabe desde dónde han llegado, pero una cosa es cierta. No los han plantado aquí. Estos olivos tienen siglos de historia. Y con toda certeza provienen de viejos campos andaluces, de castilla o el Maestrazgo. Vieron pasar bajo sus hojas generaciones de niños y ancianos. Dieron su cosecha décadas y décadas, impertérritos a los cambios que se daban en el mundo al que estaban anclados. Creciendo con la tenacidad de la que solo el olivo es capaz. Soportando guerras, imperios en auge y fracaso, revoluciones de las gentes y la industria. Viendo los cambios agrícolas, culturales y humanos, la marcha de los rebaños de ovejas, la llegada de los tractores, la pérdida y erosión del suelo, los nuevos agroquímicos, la mano humana convertida en motor y plástico. Vieron como su mundo se contaminaba, calentaba y perdía a sus hermanos animales, sin poder hacer otra cosa que brindar su amor año tras años, en forma de aceitunas.
LO SIENTO
PERDÓN
GRACIAS
TE AMO
De haber podido abandonar su lecho y caminar sus raíces, probablemente hubieran sus ramas golpeado los cráneos y costillares de egoístas y avaros, hasta hacerlos llorar la vergüenza de sus viles hazañas. Arrodillados como insectos ante estas majestades es como debieran mostrarse los hombres.
Y sin embargo aún los humanos han sido capaces de arrancarlos de raíz de la tierra en la que durante siglos vivieron. Moviendo su universo y su realidad hasta un lugar desconocido, hostil. Se los ha mutilado, reduciendo su masa radical hasta una ridícula parte, suficiente como para poder contenerlos en un cilindro fácilmente transportable; una asfixiante camisa de fuerza. Podado sus ramas a los designios de la estética, como fotos pornográficas. Han sido enchufados a unas sondas, que los alimentan como a un comatoso. Infravalorados hasta convertirlos en tan solo una forma caprichosa; no productivos, sin una finalidad natural, privados de su destino y libertad.
Todo para enriquecer a estos mal llamados viveristas, que de la vida nada entienden. Por que la vida no esta en lo material.
Y ante este monumental desagravio, esta vergüenza, no se me ocurre que más poder hacer. Indignado al principio, fotografío esta masacre y tecleo estas líneas con la esperanza de que vosotros también os escandalicéis, quizá también sintiéndoos tristes e impotentes. Este es el poder del mundo en que vivimos, en el que el dinero puede destruir, y en donde los poderosos controlan un mundo natural que no comprenden mientras las campesinas lloramos nuestras tierras.
Quiero llorar también por ellos. Por estos poderosos. Por que en su inconsciencia no saben, por que en su miedo no son capaces de reaccionar. Perdidos y frustrados, solo les queda el mundo de la apariencia para poder ser. Existen hacia afuera, ajenos a los latidos de sus corazones, procurando mostrarse ante los demás, buscando su atención, su amor. ¿Acaso no pecamos todas de lo mismo? Unas más y otras menos, que importa. El punto de vista esta sobre nuestra propia nariz.
La belleza, la perfección, estarán ahí cuando la veamos en el corazón. Un corazón que ha de inclinarse hacia lo sublime del mundo sin juzgar, sin prisas, sin deseos. Lleno tan solo de gloria. Es por ello que hoy, ante estos maestros centenarios, estas moles vivientes, sabios de la vida y de la tierra. Yo me inclino. Por mis errores y mis atropellos. Por mis deseos de poder y ambiciones. Por mi y por todos mis hermanos que caminan perdidos. Que no entienden, que tienen miedo, que buscan fuera lo que solo encontrarán dentro de sí. Os pido perdón usando la fórmula del Hoponopono, el poder de la palabra, de la fe, que llegará a donde deba llegar:
LO SIENTO
PERDÓN
GRACIAS
TE AMO
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